A finales del mes de junio y principio de julio la Biblioteca Pública Casa de las Conchas de Salamanca organiza, hace ya 22 años, una actividad que llama Contando Cuentos. Es una fiesta de la narrativa oral por la que atraviesan cada año diferentes narradores de estilos y procedencias variadas.
El día 23 de junio, al caer la tarde que enlaza con la noche de San Juan, asistí a una sesión de cuentos facilitada por Ángeles Goás que tituló “Las hambres contadas”.
Las historias se esparcieron por el patio de la Casa de Las Conchas bajo el hilo conductor de las diferentes “hambres”: la de comer, la de cariño, la de aprender, la de pertenecer y la de contar cuentos.
Las hambres de la narradora motivaban a los personajes de sus historias a hacer, ser y estar en las vicisitudes contadas como si fueran una fuerza interna, impulso instintivo que los llevaban hacia lo que querían conseguir.
Pensé en la definición de hambres del Análisis Transaccional, en la teoría de la motivación dictada por Eric Berne.
Definió el “hambre de estímulos” apoyándose en las investigaciones que René Spitz hizo en 1945 sobre 170 niños hospitalizados a lo largo de 5 años. Estos niños, privados de contacto y atención emocional, presentaban cuadros depresivos, pérdidas de peso, insomnio, infecciones frecuentes, descenso del índice de desarrollo y problemas de alimentación, tanto de ingesta como de retención. Los cambios psíquicos eran evidentes, pero también los fisiológicos: retraso motor, pasividad, coordinación psicomotriz defectuosa, etc. Comprobó cómo privar emocionalmente al niño produce, no solo cambios psíquicos, sino también deterioro orgánico.
A medida que el niño crece, el hambre primaria de contacto físico real se modifica y se convierte en hambre de reconocimiento. Una sonrisa, una señal de asentimiento, una palabra, un gesto… reemplazan las caricias físicas y sirven para que la persona se sienta alimentada. De esta manera, la original necesidad de estímulos se va a transformar en necesidad de reconocimiento o, dicho de otro modo y en términos de Análisis Transaccional, en necesidad de caricias.
Aquí, mi pensamiento, marcho hasta ese proceso en el que los niños que no son atendidos en sus necesidades de caricias, de atención, van a buscar la manera de obtenerlas: se comportarán de la forma en que ellos crean que a los padres gusta y obtendrán esa cantidad de atención, eso si, condicionada a hacer algo que no desean, que necesitan. Si esta estrategia fracasa buscarán atención negativa, castigos y reprimendas que siempre serán mejor alimento que la nada, la indiferencia. Y si también fracasa esta conducta, el cuerpo encontrará caminos de dolor y sufrimiento, producirá síntomas, enfermará o el niño se autolesionará, directa o indirectamente, consiguiendo atención por lástima o rechazo.
Nuestro sistema nervioso central necesita organizar el caos estimular que procesa momento a momento. Necesita estructurar las percepciones en patrones que puedan ser usados y traídos a la conciencia con facilidad y sencillez. De esta forma identificamos las situaciones conocidas y, por analogía, las novedades. Esta necesidad de estructura es otra de las hambres que el Análisis Transaccional describe. Estructuramos y organizamos y, de esta forma, podemos manipular en la realidad o en la imaginación y crear sentido. También lo hacemos con las relaciones y conformamos el mundo según nuestros patrones estructurados internamente. Pensé aquí en el Guión de Vida, pero no continué por este camino.
La relación que se establece entre las hambres es importante. Si no conseguimos satisfacer una de ellas, trataremos de compensar esta carencia produciendo conductas que satisfagan otra: si no conseguimos relacionarnos de manera satisfactoria tal vez nos dediquemos de manera compulsiva a nuestro trabajo, a obtener reconocimiento en lo laboral o profesional, nos ocuparemos todo el tiempo y así no notaremos el dolor que produce la soledad o el aislamiento.
Salió al pequeño escenario del patio interior de la Casa de las Conchas la contadora, la iluminaba un foco. Comenzó a contar cuentos e historias y, por una hora, la imaginación, los recuerdos, los sentimientos y los mundos de las hambres se fusionaron en el goce y la calma de sentirse protegido, acomodado por historias que llegan a lo más profundo de nuestra psique, aunque no nos demos cuenta.
Y todo esto ocurría mientras llegaba la noche, la mágica noche de San Juan.